lunes, 17 de diciembre de 2012

APRENDIENDO NORMAS


Enseñar normas a los niños


Enseñar a los niños lo que está bien y lo que está mal es una de los  más importantes retos que tienen que afrontar los padres. Cómo hacerlo dependerá, como en todo aprendizaje, de la edad de los niños.



En la infancia se siguen unas etapas evolutivas que determinan el desarrollo motor, cognitivo y emocional de los niño, es decir, de igual modo que van creciendo físicamente lo van haciendo interiormente, lo que nos señala lo que podemos esperar de ellos y lo que no.

Esto condiciona claramente nuestras estrategias educativas. Es decir, no podemos esperar que el niño cuelgue su abrigo en un perchero alto, porque aún no ha alcanzado la altura que precisa para ello, por lo que no podemos exigírselo, así que o bajamos el perchero de altura o tan solo le enseñamos a que nos lo den a nosotros para colgarlo. No habrá modo alguno de acelerar el proceso natural de desarrollo, en tal caso podremos retrasarlo si el ambiente no se ajusta a las necesidades (mala alimentación, por ejemplo).

La necesidad de que haya reglas
De este modo vamos a ver brevemente qué etapas atraviesan los niños en relación al juicio moral (qué está bien y qué está mal) y en función de ello, qué estrategias vamos a utilizar para enseñarles de modo eficaz. Piaget definió la moralidad como “un sistema de reglas y el respeto del individuo por las mismas” y Kolhberg hablaba del juicio moral como “ el jucio sobre la aceptación o desviación de la norma” . Ya tenemos el pilar más básico : necesitamos proponer reglas y ocuparnos de que se cumplan . Pero, ?cómo?

Un poco de psicología básica
Podemos definir tres etapas: Anomía (sin reglas), Heteronomía (perciben la existencia de reglas, que tienen un claro origen externo (padres, profesores…). Lo correcto es lo que ellos dictan y acatar o cumplir dicha norma. No se valoran aún intenciones subjetivas y considero los actos como “buenos” o “malos” en función de las consecuencias de cumplir o no con la regla (castigo, premio). La mayoría de los autores considera que es a partir de los 4 años cuando empiezan a interiorizar las reglas y manejarlas.

Hasta aproximadamente los diez años responderán para evitar castigos u obtener recompensas. Posteriormente, les interesará también el ser considerados “buenos” o “malos” por los demás. La última etapa es la de Autonomía, en la que el sujeto ya supera el egocentrismo infantil y es capaz de considerar los derechos propios y también los ajenos. Se dará a partir de los 12 años (sentimiento s de justicia, principios éticos y búsqueda de una lógica universal). A esta etapa no se llega necesariamente, hay adultos que no la alcanzan nunca.

Nuestro deber, establecer las normas
Por lo tanto, lo primero que debemos tener en cuenta es que no tiene sentido invertir energía y tiempo en tratar de razonar con nuestros pequeños el porqué de la norma. Sencillamente, no lo van a entender y no se van a guiar por eso. Debemos ser nosotros, en nuestro papel de padres, educadores, cuidadores, etc. Los que les demos de manera unánime una serie de reglas claras y con unas consecuencias firmes en su consecución o desafío.

Nos interesa que las reglas sean pocas y muy claras y sin dejarnos llevar por razonamientos. Tenemos ser cariñosos y firmes. Nuestros pequeños no tienen capacidad de autocontrol, así que debemos ser nosotros su control, hasta que sean capaces de interiorizarlo.

Si no hay límites, hay confusión e inseguridad
Los niños necesitan autoridad para crecer felices. Ni que decir tiene, que es el ambiente familiar el mejor  y más seguro lugar dónde enfrentarnos a  las normas y sus consecuencias ya que tarde o temprano nos enfrentamos a ellas (en el colegio, trabajo…) y allí sería más duro. Por tanto vamos a imponer disciplina, es decir, vamos a enseñarles a actuar  a través de unas normas y con unos límites claros.

Para comunicar la norma a  los pequeños, puedes seguir estas pautas a continuación:

Tono de voz: no grites. No le hables desde otra habitación. Acércate a él, mejor a su altura y habla en un tono medio.

Lenguaje corporal: Mantén contacto visual . Mírale a los ojos y pídela que  te mire. Sujétale si es necesario. Sé expresivo, muestra lo que está bien con gestos positivos y lo que no con gestos negativos (sonrisa versus ceño fruncido por ejemplo).

Muéstrate seguro, no titubees. Una sola frase es suficiente y repítela si es necesario (sin excederte), en un lenguaje claro, con frases simples (“Esto no se hace”) Si piden explicaciones responde de modo sencillo (“Porque está mal. No quiero que vuelvas a hacerlo, por favor”). No es momento para ellos de entender juicios morales.

No muestres ansiedad. Intenta siempre estar calmado frente a los desafíos. No te enfades. A fin de cuentas, debes entender que su “papel” es transgredir la norma y el tuyo supervisarla  y corregirla. Asúmelo. Es su manera de aprender y la tuya de enseñar. Si notas que estás enfadado sal de la situación y respira hondo, unos segundos bastarán para rebajar la ansiedad y volver a afrontar con calma.

Evita emplear etiquetas personales (“Eres malo”) ni comparaciones continuas (“Tu hermano es bueno y tú no”). No personalices, elogia y censura la conducta, no al sujeto (“Te estás portando mal. Tu hermana se está portando bien”).

No cedas ni cambias estrategias de modo continuo sobre la marcha, mantenerse firme es fundamental. La norma no debe cambiar según la situación ni según nuestro estado de ánimo, ni según quién la pone (es muy importante que estemos todos juntos para que haya coherencia educativa: padre y madre, abuelos, profesores…)

No escatimes nunca en elogios y atención. Nuestra atención es el recurso más poderoso que tenemos, es el mejor refuerzo para nuestros pequeños. Pero no olvides que lo es siempre, también cuando les prestamos atención para regañarlos. Si solo les atendemos y nos dirigimos a ellos cuando se portan mal, aprenderán a portarse mal para captar nuestra atención. Por eso es tan importante que les dediquemos unos minutos cuando estén portándose bien y nos dirijamos a ellos para decirles lo bien que lo están haciendo y nos sentemos a compartir su tarea.

Así mismo, les censuraremos y les retiraremos atención cuando su comportamiento sea inadecuado (“hasta que no dejes de patalear no voy a hacerte caso” y hacer caso omiso a su conducta, sin mirarles, sin tocarles, sin sonreír, sin gritar…. Una vez dejen de hacerlo, nos acercaremos, recordaremos la norma, y empezaremos a elogiar lo bien que lo hacen “Así está bien, ahora te escucho, dime cariño…”

También puedes utilizar otro tipo de refuerzos además de la atención (“Como te has portado bien y has recogido los juguetes, vamos al parque, te doy una onza de chocolate…” “Como te has portado mal porque no has recogido los juguetes, no te doy chocolate”.

Recordad que los premios y los castigos siempre deben darse a continuación de la conducta para que sean efectivos. No utilices tus emociones hacia él como moneda de cambio (“no te quiero porque eres un niño malo” “papá no te va a querer si te portas mal”). El niño debe crecer con la seguridad de que el amor de sus figuras de apego (padres o cuidadores) es absolutamente seguro y estable. Solo así podrá desarrollarse adecuadamente y ser emocionalmente sano.

Los niños que crecen sin normas, se sentirán confusos, perdidos y serán niños inseguros que, a menudo se muestren enfadados y desafiantes, porque realmente, no saben cómo actuar ni adónde dirigirse. Esto les genera angustia. Es decir, si no damos normas y límites hacemos sufrir a nuestros pequeños más que si los guiamos firmemente.
Por: Maribel Gonzáles

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